Al Vuelo/ Por Pegaso

Opinión

Coriolis

Para conocer la evolución de los fenómenos sociales, políticos, religiosos y hasta los meteorológicos siempre hay que estar atento a los patrones, a las tendencias.

Por ejemplo, en el caso de los huracanes, la temporada inicia entre el 1 y el 15 de junio y termina cerca del 31 de noviembre de cada año.

Cuando las tormentas tropicales se forman en el Caribe y logran entrar al Golfo de México, entre los meses de junio, julio y parte de agosto, generalmente su trayectoria se curva hacia abajo, hacia los Estados del Sur del país, como Tabasco, Veracruz y Oaxaca.

Cuando se forman entre los meses de agosto y septiembre, lo más probable es que vengan derechito a impactar el norte de Veracruz y la costa de Tamaulipas.

Conforme pasa el tiempo, digamos que se forman a finales de septiembre y el mes de octubre, la trayectoria que siguen es hacia el estado de Texas y Luisiana.

Para el mes de noviembre y si aparece alguno tardío en diciembre, definitivamente se van para arriba, afectando parte de la costa este de los Estados Unidos o perdiéndose en la parte norte del Atlántico.

Todo eso es física. La Fuerza o Efecto de Coriolis se debe a la rotación de la tierra y es lo que empuja hacia abajo, hacia el centro o hacia arriba a las tormentas tropicales dependiendo del mes del año.

Pero además, interviene otro factor: Los anticiclones.

Ya para los últimos de septiembre y primeros de octubre aparecen los vientos fríos que bajan de Alaska, creando un “muro” de viento que choca contra las corrientes cálidas de los ciclones y los hace modificar su trayectoria hacia arriba.

Tomando en cuenta todos esos factores es como se logran obtener los algoritmos que permiten tener pronósticos del clima acertados.

Dije “pronósticos del clima”, no “pronósticos del tiempo”, como la mayoría de nosotros solemos llamar a las futuras condiciones climáticas.

No soy meteorólogo, pero me gusta observar los patrones meteorológicos.

Sé que el cambio climático ha provocado situaciones que antes no veíamos, como las sequías extremas que hemos padecido en esta región del país, o como los repentinos huracanes que nos toman a todos por sorpresa y que ocasionan catástrofes, como lo hizo Otis en Acapulco.

De igual manera, los ciclos de El Niño y La Niña, en el Océano Pacífico, influyen para que ciertos años sean más llovedores y otros no tanto, que en unos ocurran inviernos muy crudos y en otros más benévolos.

Doy otro ejemplo de patrones climáticos: En una temporada de huracanes puede haber entre 32 y 36 tormentas tropicales en ambos litorales, con algunas variaciones entre año y año.

Igual ocurre con los frentes fríos que generalmente son entre 52 y 55 por temporada.

Total. Estamos a punto de llegar al final de la temporada de huracanes y a esta región todavía no llega ninguno.

No nos caería nada mal que Tláloc se acordara de nosotros y enviara de perdido una tormentilla medianona para llenar las presas de agua, mandar a la porra a Samuelín y su presa El Cuchillo, y pagarle hasta la risa a los gringos.

Esa sería la parte buena. La mala es que aún hay muchos sectores bajos que sufrirían los efectos de las inundaciones.

Y ya pronto llegan los fríos de a deveras. Se anticipa que para la próxima semana empezaremos a sentir los efectos del Frente Frío número 10, así que hay que sacar chamarra, la pedorrera, la cobija pachona de tigre que venden los merolicos de feria y los gorritos bien calientitos, para no andar con el moco suelto o con la tos de perro.

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “¡Espectros, evitad la llegada del alba!” (¡Animas, que no amanezca!)