AL VUELO CHANTAJISTA

Opinión

Por Pegaso
Es triste reconocerlo, pero nuestro amado oficio del periodismo está infiltrado por una mafia de chantajistas.
Buscar los pecadillos de los políticos se ha vuelto una industria muy rentable.
Disfrazado de “periodismo de investigación”, rinde pingües ganancias a quienes lo practican. Se les reconoce porque viven en casas lujosas, manejan autos caros y de modelos recientes, y visten ropa de marca.
Usan perfumes costosos, desarrollan gustos refinados y se codean con la crema y nata de la política.
Gracias a su talento, los políticos les temen y reverencían. ¡Pobre de aquel que sea blanco de sus consignas, porque no lo dejarán respirar, hasta conseguir su objetivo!
Reciben filtraciones, acompañadas de gruesos fajos de billetes.
Pueden estar a favor de un gobierno y fustigar de manera inmisericorde a sus oponentes, pero cuando, por azares del destino éstos llegan a obtener el poder, rápidamente cambian de color, como los camaleones y son los que más cobran, bajo la premisa de que si se les mantiene fuera de los convenios, -que ahora se llaman contratos de prestación de servicios de difusión-, seguirán echándole putazos al gobernador o al presidente en turno. (Más vale tenerlos cerquita y maiceados).
Ellos son -¿cómo lo diré sin que parezca ofensivo?- los delincuentes de cuello blanco del periodismo.
A nivel nacional tenemos ejemplos de comunicadores que obtenían ingresos de varias decenas de millones de pesos mensuales, a cambio de guardar silencio sobre hechos de corrupción o atacar a enemigos políticos.
La industria del chantaje en los medios de comunicación no es nada nuevo.
Yo recuerdo que mi jefe en uno de los periódicos que ayudé a fundar me decía: “¡Bájeles dinero a los políticos! Todos son rateros. Y si no lo hace usted lo va a hacer otro”.
Pero no me sale ser sinvergüenza.
No me malinterpreten mis dos o tres lectores. Yo quisiera estar mejor económicamente, pero no soy un sujeto ambicioso. No se me da el chantaje.
Algunos me critican que yo defienda mi forma de subsistencia, pero hay algo que jamás haría: Utilizar los errores o antecedentes de un político para exigirle dinero. Eso es un delito. Y las víctimas del chantaje no pueden decir ni pío porque sería tanto como evidenciar su propia corrupción.
Tal vez merecen que se les balconée. Es más, todo servidor público está bajo la lupa, pero hay quienes aprovechan cualquier situación para obtener dinero mal habido. Y yo me he preguntado muchas veces por qué no desarrollé ese don, ese talento que me hubiera llevado a las grandes ligas y dejar de ser “perra flaca”, como dicen mis compañeritos de la policiaca.
No digo que todos los periodistas son así, porque conozco a colegas sumamente profesionales que viven del sueldo que les da alguno de los medios de comunicación tradicionales que todavía tienen esa posibilidad.
En mis tiempos, el propietario o director del periódico te daba una cámara, una libreta y te enviaba a buscar tu propio sueldo.
Quien lograba obtener un buen ingreso, era objeto de admiración. Se peleaban casi a morir fuentes de información como el Gobierno del Estado, la Presidencia Municipal, la UAT, PEMEX y otras que manejaban presupuesto para medios.
Cuando venía un Rector de los de antes, por ejemplo, José Manuel Adame Mier, uno de los primeros que pude cubrir, eran grandes comilonas en restaurantes exclusivos, como el Sam´s, y aparte, le daban a uno una buena cantidad de dinero por la cobertura informativa.
Hasta Tomás Yarrington, en cada gira de trabajo, al terminar el evento principal el Jefe de Comunicación Social nos decía: “Ve allá atrás”, y generalmente había una fila kilométrica de reporteros esperando su sobre pachón.
De un tiempo acá eso se acabó.
Lo que no se acaba, y creo que nunca se va a acabar mientras haya políticos deshonestos, es la industria del chantaje, potenciada durante las elecciones bajo el nombre de “guerra sucia”.
La “guerra sucia” es solo una de las muchas vertientes en que los periodistas ambiciosos y poco escrupulosos pueden obtener jugosas ganancias.
Y termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Que tu mano diestra ignore lo que ejecuta tu siniestra mano”. (Que la mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda).