AL VUELO
Por Pegaso
¿Alguno de mis dos o tres lectores ha escuchado la palabra Labubu? ¿No?
Pues yo tampoco, hasta hace unos momentos, al estar navegando en la Internet.
Un Labubu es básicamente un muñeco peludo con una sonrisa retorcida, grandes ojos y orejas de conejo, con una argolla para colgarse en la bolsa o mochila para demostrar que somos cool y estamos a la moda.
Una moda más, como tantas otras que se aprovechan de nuestra nobleza, como decía El Chapulín Colorado, aunque yo más bien diría que se aprovechan de nuestro afán de buscar lo novedoso, lo que nos haga salir del trajín diario o lo que nos diferencia de los otros chirigüillos.
Porque sí. Estos pinches monigotes pueden valer una feria. En las tiendas donde se distribuyen los productos originales, pueden costar hasta 20 mil pesos, y en la reventa, a más del doble.
Esta fiebre solo se compara con otras locuras que se han vivido en décadas anteriores, como los Tamagochi, o más recientemente, los spinners. Todo mundo quería tener uno. Y el que lo tenía, se sentía perteneciente a la nobleza, exclusivo.
Yo no compré tamagochis ni spinners, porque no los necesitaba. Pero en su tiempo, aquel que lograba obtener el más exclusivo, se convertía automáticamente en el más popular del grupo.
Y eso es a lo que le apuestan las empresas que sacan estos juguetes de moda, que en escaso tiempo se desinflarán como pompa de jabón.
Los Labubu, que dentro de poco se estarán vendiéndose en la peatonal Hidalgo, son coleccionables, lo que aumenta el deseo de poseer los más extraños y difíciles de encontrar.
Se crea una adicción. Hay quienes se gastan verdaderas fortunas buscando el más difícil, como cuando en nuestra infancia comprábamos un álbum en la tienda de la esquina para ir pegando estampitas o fichas. Y siempre nos faltaban las más difíciles, porque ese era el chiste: Incitar al consumo dando la falsa sensación de que podemos completar una colección y sentirnos plenos al lograr algo que muy pocos pueden hacer.
Hace pocos meses se hicieron virales en las redes sociales los animalitos cuadrúpedos llamados capibaras, originarios de Centro y Sudamérica. Al poco rato ya los teníamos convertidos en monos en los puestos callejeros y se vendían como pan caliente, hasta que los consumidores empezaron a saturarse y dejaron de interesarse en ellos.
Los Labubu apenas van para arribe. Desde el 2019 empezaron a comercializarse en mercados de Asia y es hasta ahora que llegan a México y América Latina gracias a la apertura de sucursales de la tienda china Pop Mart, de las cuales hay en la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, hasta donde entiendo.
Es de suponer que si llegan a venderse en puestos callejeros, serán copias piratas, porque las cajas de estas figuras vienen con varias medidas de seguridad que garantizan su originalidad, de ahí el precio prohibitivo.
Un consejo. Si es usted una persona inteligente, no compre esas porquerías, que además de caras, no tienen nada de especial. Deje que los chavos y chavas fresas los adquieran para que se sientan nice.
Vea pasar esta moda como muchas otras y concéntrese en lo que realmente importa: Ver la serie de televisión de Chespirito. (¡Chin! ¡Ya me quemé!).
Mejor los dejo con el refrán estilo Pegaso: “A la tendencia, quien le ajusta”. (A la moda, el que le acomoda).
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