MORRALLA

Opinión
Al Vuelo
Por Pegaso
Para salir de casa es necesario llevar en la bolsa una cantidad considerable de morralla.
Si vamos a la tienda de conveniencia, hay alguien abriendo la puerta para que le des una moneda. En el supermercado, hay una ñora que te ayuda a bajar el mandado del carrito. Después de pagar, un cerillito te ayuda a meter la mercancía en las bolsas de plástico, si es que te dan. Si no, tienes que comprar una de material reciclado que cuesta entre 10 y 15 pesos.
Sales y el guachacarros te dice: “Sale, sale, sale”, toca el silbato y hace señas con las manos. Y ya con eso se ganó sus dos o tres pesitos.
Para acabarla de amolar, en cada esquina hay un payasito, un malabarista o una maría que agotan las últimas monedas que nos quedan.
Táchenme de tacaño, cicatero, avaro, agarrado, mezquino, miserable, avaro, cerracatín, miserable, judío, ahorrativo, culo, austero, ruin, frugal o lo que ustedes quieran, pero yo en muy pocas ocasiones doy ese tipo de propina, dádiva, limosna, óbolo o donativo, porque en realidad son trabajos que no tienen razón de ser.
A ver, yo tengo dos manos para empacar el mandado en el supermercado y para abrir la puerta de entrada a las tiendas de conveniencia.
En el parqueadero, los espejos retrovisores me ayudan a ver si no viene otro auto o una persona con la que pueda chocar. Necesitaría estar dormido, drogado o alcoholizado para necesitar que me ayuden a salir de un cajón de estacionamiento.
No digo que personas de muy avanzada edad puedan requerir de esa ayuda, pero son los menos casos.
Cuando en un crucero un limpiaparabrisas se acerca a querer quitar la suciedad de mis vidrios, generalmente le digo que no, por dos motivos: Casi nunca cargo morralla y no me place darle a alguien joven, vigoroso, que puede encontrar un trabajo más productivo.
Solo cuando se acerca una viejecita o viejecito que veo que están muy amolados, o de vez en cuando una maría que hace malabares con sus hijos pequeños (por cierto, los exponen a un gran peligro, ya que una caída de un metro y medio les puede provocar severos daños), entonces sí, busco en mi bolsillo y si traigo un peso, dos o cinco, se los doy en la mano.
En cierta ocasión detuve mi carro con la luz roja de un semáforo. Un joven moreno, tatuado, intentó llegar hasta mi vidrio y yo le hice señas que no quería que lo limpiara.
Aún así, se recargó en el capacete y empezó a tallar el parabrisas. Yo le di un poco para adelante y el tipo se me puso frente a la ventana, furioso, diciéndome palabras impublicables, reprochándome por haberle lanzado el vehículo encima y golpeado con el retrovisor. Llegué a pensar que abriría la puerta, pero a final de cuentas, solo quedó en el disgusto.
El incidente reforzó lo que desde mucho antes ya pensaba: No dar propina nunca a individuos jóvenes que están más para buscar un trabajo formal que para andar pidiendo dinero en las calles.
Se han hecho varios reportajes sobre el tema y la mayor parte de ellos obtienen ingresos muy superiores a los de un obrero de la maquila, solo que se lo gastan en alcohol o en drogas baratas.
En los cruceros hay de todo. Un hombre de mediana edad, con barba y pelo blanco, vestido con harapos, acostumbra asomarse por la ventanilla del coche, dando una bendición a los ocupantes. A quien le entrega una moneda, le hace la señal de la cruz, pero al que no le da, cuando este se aleja, se le queda mirando con ojos fúricos y maldiciendo entre dientes.
Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Mi naturaleza no es similar a la de una pequeña porción acuñada de metal áureo”.(No soy monedita de oro…)
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