miércoles, noviembre 12, 2025

QUÉDATE PARA VIVIR SIN LLANTO

Opinión

El fin de semana reciente, Doña Andrea Gutiérrez Rangel, viuda de 86 años, madre de dos hijos, abuela, bisabuela y muy cerca de ser tatarabuela, originaria de Nuevo Morelos, Tamaulipas, emprendió el viaje a la eternidad rodeada de los suyos. Al velatorio de la calzada Tamatán acudieron decenas de familiares, amigos y conocidos de ella y de sus hijos y nietas; ahí la despedimos antes de ser cremada y me impresionó la cantidad de flores que le adornaron en su última presencia física en este mundo. Los arreglos florales se convirtieron en ramos que se distribuyeron en la parroquia de San Isidro Labrador y en la capilla de San Marcos Evangelista.

Mi madre murió discretamente el viernes pasaba de las nueve de la noche; acabamos de cenar y mi esposa entró a la habitación donde mi madre dormía y me habló para decirme que ya no respiraba. Me acerqué, le toqué las mejillas endurecidas, le besé la frente y la sentí rígida como el mármol. Había fallecido hacía unos minutos, sin embargo, como la esperanza muere al último, dije despacio: Creo que mi mamá ya descansó pero lo creeré hasta que el médico me lo diga. Luego llamé a mi hermano a la frontera, a mis hijas que viven aquí, a mis tías de Matamoros, Fortines y Nuevo Morelos. Mi esposa llamó a la funeraria, llegó el médico y, aun sin digerir el hecho, aporté los datos indispensables para llenar el acta de defunción y, a preparar la despedida.

Casi todo el sábado estuvimos en la funeraria a donde llegaron mis tías Isabel y Porfiria; luego llegó mi tío y compadre José Cruz; mis primas Irma, Olivia, Lourdes y Flora que traían de chofer a Jesús, el esposo de Lulú Gutiérrez; nos abrazaron, nos consolaron y se quedaron hasta el domingo platicando anécdotas de la vida de La Chata (así le decían a mi madre sus familiares y amigos más cercanos porque de niña era gordita); Mi tía Pila, de 92 años y mi tía Chabela, de cerca de 75 y el tío Cruz de 77 me endulzaron el oído diciendo que mi madre fue su hermana más querida. Mis hijas Francia, Haydee y Libia hicieron, con su presencia, que el dolor fuera más leve.

Me disculpo por estas líneas improvisadas pero quiero agradecer a las instituciones y personas que enviaron arreglos florales, en especial quiero mencionar a la Universidad Autónoma de Tamaulipas y a su sindicato académico, a las hermanas de San Isidro Labrador y al Grupo Unidad. Mi agradecimiento por su presencia y condolencias a los periodistas Raúl y Javier Terrazas, Luz Martina Núñez, Alejandro De Anda y a los profesores universitarios Martín Govea, Guillermo Escot, Óscar Pizaña, Elsa Fernanda González, Conchis Placencia, Octavio Herrera, Natsumi Noriega y a tantas personas más a las que ruego me comprendan por no mencionarlas por sus nombres pues, seguramente, no me alcanzaría el espacio.

Acompañados de familiares y amigos despediremos a mi madre tres misas esta semana. Para concluir esta columna adolorida y nostálgica reproduzco el poema de Silvio Rodríguez: “Cuando este sol se apague tú partirás de mí. Seguiré solo con mi dolor y llanto y llanto. Mi convicción es no querer ya nunca más, porque la misma historia es otra vez y otra vez y otra vez y otra vez. Quédate, quédate para poder vivir sin llanto.

Cuando me desengañe no sé si viviré, porque es muy triste tener tan sólo llanto y llanto, y mil renuncias en el corazón que implora que alguna vez alguien se quede y llora. Mi convicción es no querer ya nunca más, porque la misma historia es otra vez y otra vez y otra vez y otra vez. Quédate, quédate para poder vivir sin llanto, sin llanto”.

Correo: amlogtz@gmail.com

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