Por Alejandro Ceniceros Martínez
La reciente convocatoria a una supuesta “marcha nacional de la Generación Z” reveló más sobre los viejos grupos políticos que la promovieron que sobre las preocupaciones reales de quienes hoy tienen entre 13 y 28 años. No fue un movimiento orgánico, ni un estallido generacional. Fue, hay que decirlo con claridad, un intento de manipulación.
Bajo la bandera de la juventud, cierto sector político que ya no detenta el poder buscó reconstituirse apelando a un rostro fresco que no le pertenece. Aprovecharon la velocidad y el anonimato de las redes sociales para “convocar” en nombre de una generación que —paradójicamente— desconfía profundamente de esos mismos operadores tradicionales.
Pero la Generación Z no es ingenua. Tampoco es dócil. Mucho menos se mueve por consignas recicladas.
Fue una marcha sin autoría de la generación Z, es importante subrayar un dato verificable: la convocatoria no tuvo un rostro auténticamente juvenil, ni liderazgos Z reconocibles, ni organizaciones estudiantiles reales.
La estética digital no basta para adjudicar legitimidad.
Y si bien la inseguridad es una preocupación genuina para esta generación —como lo es para todo el país— la forma en que procesan esa preocupación no coincide con las viejas formas de la plaza pública ni con los discursos que ciertos actores añoran.
Por eso el análisis crítico debe ser cuidadoso y honesto:
No toda protesta es falsa, pero no toda convocatoria viral es orgánica.
No toda demanda juvenil se expresa en calles.
Y, sobre todo, no toda narrativa política que se arropa en la juventud merece ser validada sin verificación.
¿Qué sí preocupa a la Generación Z?
A diferencia de lo que intentaron imponer los promotores de la marcha, la agenda Z se mueve en otras coordenadas:
Acceso a educación y empleos decentes, frente a un mercado laboral precarizado.
Salud mental, un tema que la política tradicional no ha sabido abordar.
Tecnología, ciberseguridad , transparencia digital
Crisis climática, género, diversidad y derechos humanos , recordemos son la primera generación totalmente digital.
La inseguridad, sí, está presente. Pero no desde el discurso del miedo ni desde la nostalgia por los viejos aparatos policiacos. La viven de otra manera: desde el mapa del transporte público, la ruta a la escuela, la periferia donde no llega el alumbrado, el acoso callejero, el riesgo de desaparición.
La estrategia de la generación Z frente a la inseguridad, no la lograron entender los viejos convocantes y ponen en evidencia su desconexión: la Generación Z no cree en las formas tradicionales de la lucha política, ni en las marchas con discursos eternos.
Su estrategia real se da en otros espacios:
Mapeo ciudadano digital: denuncias en tiempo real, georreferenciación de zonas de riesgo, intercambio comunitario de alertas.
Autodefensa informativa: protocolos compartidos en redes, guías de seguridad, identificación de amenazas.
Ciberactivismo: exposición de malas prácticas, presión pública, fiscalización horizontal.
Movilización selectiva: acciones rápidas, sin jerarquías, sin estructuras permanentes.
Alianzas microcomunitarias: vecindarios digitales, grupos barriales de confianza, redes horizontales.
Su lucha no está en la calle; está en la red, en el dato, en la visibilidad colectiva.
Si algo dejó claro este episodio es que la Generación Z no será usada como rehén simbólico de ninguna corriente política.
Creer que una estética juvenil convierte un movimiento en juvenil es subestimar a toda una generación que aprendió a vivir en la saturación informativa y a desconfiar de quienes pretenden hablar en su nombre.
Los jóvenes no marcharon porque nunca llamaron ellos.
Y mientras no se les escuche en serio, seguirán dejando a la política tradicional con plazas vacías… y con lecciones por aprender.
