Por Oscar Díaz Salazar
Ya ha pasado un buen tiempo desde que el presidente municipal de Victoria, Eduardo Gattas, no participa ni es convocado a las ceremonias que organiza el gobernador en la ciudad que cohabitan.
Es evidente que Lalo Gattás no goza del aprecio del inquilino de la Casa de Gobierno, y solo muy de vez en cuando aparece en los eventos, porque resulta inevitable extenderle la invitación, más por cuestiones institucionales y protocolarias, que por el afecto o por ser grata su presencia.
Antes que buscar “restablecer el tejido social”, entre gobierno y municipio, (para usar la frase que repitieron hasta el hartazgo los cabezones), Gattas se aplica en ahondar la brecha que existe entre el 17 Hidalgo y el 15 Juarez.
El alcalde victorense se ha afanado en los últimos meses en saludar con sombrero ajeno, en querer adjudicarse méritos, obras, proyectos, propuestas e iniciativas que fueron realidad porque así lo dispuso el gober.
En una absurda y mentirosa campaña publicitaria, donde le pregunta a la inteligencia artificial, por conducto de su reloj, quien fue el impulsor de un proyecto determinado, el alcalde del cartel del ducto y de la pipa, se ha querido adjudicar el mérito del acueducto, el fondo de capitalidad, y otras obras y proyectos que la Vox populi sabe que son del gobierno estatal.
Oportunista, logrón, gandalla y mentiroso, todas estas características ha mostrado en las últimas semanas el Lalillo Gattás, y en ese misma línea de actuación se inscribe la campaña para posicionar su nombre como prospecto para ser candidato a gobernador.
Aunque no me consta, pero tampoco lo dudo, me parece que esa jalada de creer que tiene posibilidades de ser gobernador, son ocurrencias surgidas de viajes astrales y hacen creíble que el susodicho alcalde menor tiene gusto por esos cigarrillos artesanales que provocan risa y hambre.
